EDUCACIÓN COMO FORMACIÓN DE VIRTUDES

EDUCACIÓN COMO FORMACIÓN DE VIRTUDES

Departamento de Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra. (http://www.unav.es/educacion/filoeduca/Habitos/pagina_3.html)

La educación es la integración de la actividad de enseñar con la acción de aprender cuando ésta tiene carácter formativo, esto es de crecimiento perfectivo para el que aprende. Cuando se habla de la educación como formación de hábitos o virtudes se atiende a su culminación -el aprendizaje formativo- sin por ello olvidar la razón de su génesis -la enseñanza instructiva-. A lo largo de la vida se reciben multitud de enseñanzas que son estrictamente tales; basta con nombrar solamente las que ofrecen los medios de comunicación social. Respecto de ellos se dice que sólo informan; pero la información no deja de ser una enseñanza con todo rigor, pues muestra algo real mediante signos. No obstante, y aun cuando enseñan, los medios de comunicación social no educan de suyo, porque no forman; y no forman porque no pretenden promover virtudes, aunque tengan sin duda una notable influencia en la conducta de las personas. Sin las virtudes, las potencias humanas se actualizan indiferenciadamente por cualquier objeto, especialmente en la medida que éste tengaresonancias afectivas. Cuando sólo se quiere dirigir u orientar la actuación de una colectividad de individuos, basta con informar o dar noticia de algo, presentando la información con una tonalidad afectiva que incita los apetitos concupiscible e irascible a una acción determinada en una situación y momento concreto. No se pretende entonces una estabilidad o permanencia en la conducta, sino una respuesta particular ante un objeto. Cuando se pretende promover la continuidad estable en el comportamiento, la referencia es la formación de virtudes en la persona. Ayudar a formar virtudes es la finalidad de la enseñanza en la medida que pretenda ser educativa, pues a través de ellas el ser humano crece en la posesión de sus actos, lo que constituye la médula de su perfeccionamiento personal.

La formación de hábitos operativos buenos o virtudes con la ayuda de la enseñanza es la esencia de la educación; y siendo las virtudes perfecciones intrínsecas de las potencias humanas, la educación se realizará según la capacidad de actualización de éstas. Así, en la primera infancia no cabe hablar plenamente de formación intelectual, pues la inteligencia opera débilmente en cuanto tal potencia; aunque esto no impide que puedan desarrollarse ciertas habilidades concretas partiendo de algunas disposiciones particularmente activas en los sujetos. Hay niños que sorprenden por sus insólitas destrezas para la música, el cálculo mental o la pintura, por causa de una enseñanza y una práctica que ha incrementado unas disposiciones dadas; pero la inteligencia, como entera potencia cognoscitiva, sigue en un grado primerizo o infantil de crecimiento.

Esta consideración indica que la educación, como el mismo crecimiento personal, tiene una jerarquía y unos grados en su realización que se corresponden con la naturaleza ético-antropológica de la persona; pero no son un mero reflejo de ella. La segunda naturaleza desarrollada y adquirida desde la primera tiene un orden de constitución que no es ético ni antropológico, sino precisamente pedagógico. El desarrollo jerárquico de las potencias determina el sentido y la progresión de la acción educativa, haciendo que ésta atienda a lo primario antes que a lo superior, aunque sin negar su mayor excelencia. Así, las potencias superiores -inteligencia y voluntad- siendo el objeto supremo de la enseñanza y el núcleo decisivo de la formación humana, no son, pese a ello, el primer referente de la acción educativa; pues las potencias superiores requieren un desarrollo proporcionado de las inferiores para poder operar en plenitud. Dicho de otro modo: siendo los hábitos intelectuales, junto a la justicia y la prudencia, las virtudes superiores, la formación humana comienza atendiendo a las potencias sensitivas a través de las virtudes de la templanza y la fortaleza. Este orden es cronológico, pero también es constitutivo del dinamismo operativo humano y, por tanto, también de la acción educativa: no sólo hay que comenzar por lo sensitivo en los niños, pues también debe tenerse en cuenta en el aprendizaje de los adultos. Según esto, la acción educativa tiene las siguientes referencias, ordenadas según la progresión debida de la formación humana:

  1. Las funciones (potencias) vegetativas y locomotrices. La base elemental de la formación humana consiste en aprender a usar y regular la nutrición y los movimientos de los órganos externos e internos. Cada vez más, la atención a estas funciones primarias del organismo -casi ni cabe hablar rigurosamente de «potencias»- es creciente en el saber y la práctica pedagógicas. En cuanto tales, no son objeto propio y directo de la formación humana, pues su dinamismo no es principalmente adquirido, sino dado, esto es, constitutivo del ser humano y congénito en él. Sin embargo, en cuanto que la actuación de las potencias superiores revierte sobre estas funciones, la educación debe contar con su presencia. Así, en los primeros años de vida, la educación consiste en modalizar las funciones vegetativas y locomotrices, determinando su actividad en tres campos sobre todo: la alimentación, la higiene y los movimientos corporales. Qué alimentos se acostumbren a comer, cómo se aseen y de qué manera se muevan y desplacen los niños en su primera infancia, son elementos decisivos para la primera fase de la formación humana propiamente tal, que versa sobre las potencias sensitivas.
  2. Las potencias sensitivas. Respecto de las funciones vegetativas y locomotrices se trata de generar costumbres; en cambio, respecto de las potencias sensitivas ya puede decirse con rigor que empiezan a formarse los hábitos o virtudes básicas. En la potencias sensitivas de carácter cognoscitivo se distinguen los sentidos externos -tacto, gusto, olfato, oído y vista- y los sentidos internos -sensorio o sentido común, imaginación, memoria sensible y cogitativa-. La acción educativa incide en ellas presentando objetos sensibles y promoviendo la ejercitación de estas potencias en orden a la actuación de las superiores potencias intelectivas; es el ámbito de actuación de la llamada educación estética. Por otra parte, en las potencias sensitivas de índole apetitivo o tendencial se distingue el apetito concupiscible y el apetito irascible, que siguen o se corresponden respectivamente con los sentidos externos e internos, y que pueden también conceptualizarse y distinguirse genéricamente como deseos e impulsos; es el ámbito de actuación de la educación afectiva.
  3. Las potencias racionales. Estas potencias, al ser enteramente espirituales, son las más susceptibles de formarse intrínsecamente. Además, en cuanto que rigen a las potencias sensitivas, son en éstas el principio operativo de orden; de modo que la formación de la sensibilidad y la afectividad encuentra su sentido en propiciar la formación de la inteligencia y la voluntad respectivamente. Hablando con rigor, sólo a ellas le corresponden enteramente los hábitos o virtudes, tomándolos en sentido completo y pleno. La educación intelectual versa sobre la formación de las virtudes intelectuales o teóricas de la inteligencia, y la educación moral es el campo de la formación de las virtudes éticas, morales o prácticas de la voluntad.

La formación humana tiene diferentes dimensiones y grados que pueden ser distinguidos mediante el análisis intelectual; pero la unidad personal reclama una actuación educativa que, afrontando prioritariamente algunos aspectos o manifestaciones operativas, no lo haga nunca en abstracto ni exclusivamente. El sentido perfectivo del crecimiento personal que determina a la formación humana consiste en la constante referencia racional, entendiendo por «razón» la facultad integradora de la inteligencia y la voluntad. Desde esta integración y plenitud de la razón pueden contemplarse los hábitos en plenitud, esto es, como virtudes.

Acerca de educaenvirtudes

Apasionado de la Educación Personalizada. Convencido de la posibilidad de cambio y perfeccionamiento de las personas en general y de los niños y jóvenes en particular.
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